miércoles, 15 de octubre de 2014

10. Lectura cualitativa e iluminada de la Escritura ofrecida en la liturgia - Un ejemplo: Lectura del Eclesiástico

Nota 10



Lectura cualitativa e iluminada de la Escritura ofrecida en la liturgia - Un ejemplo: Lectura del Eclesiástico


1. Encuadre: Todos los años leemos el Eclesiástico

El libro del Eclesiástico (sigla: Eclo), llamado también libro de Ben Sirá (por la referencia de 50,27), el Sirácida (sigla: Sir), que en griegos e titula Sofía Seirax, Sabiduría de Sirá, tiene unas características muy singulares en toda la literatura veterotestamentaria. Fue escrito en hebreo, pero la versión original se ha perdido (si bien ha llegado a recuperarse en un dos tercios) y la traducción al griego se ha considerado como texto original. Tiene un Prólogo del traductor, neito del autor, y queda consignado, hacia el final el nombre mismo del autor (50,27).
El Prólogo antepuesto a lo que sería propiamente el texto, pero que forma parte del escrito sagrado, nos informa del tiempo en que fue escrito (al parecer primer cuarto del siglo I, partiendo de la referencia de Evergetes) y, principalmente, de cómo fue escrito.
El autor, abuelo del traductor, es un jerosolimitano, de amplia cultura, gran lector y meditador de la Escritura, que ya en aquellos tiempos está configurada en su triple bloque: Ley (Torá), Profetas (Nebiim), Escritores (Ketubim).
Dice de esta manera el Prólogo:

“La Ley, los Profetas y los Escritos que les siguieron nos han transmitido muchas e importantes enseñanzas, que hacen a Israel digno de elogio por su instrucción y sabiduría. Ahora bien, no basta con que los lectores se hagan sabios; es necesario también que, como expertos, puedan ayudar a los de fuera, tanto de palabra como por escrito. Por eso, mi abuelo Jesús, después de haberse dedicado asiduamente a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros escritos de los antepasados, y de haber adquirido un gran dominio sobre ellos, se propuso escribir sobre temas de instrucción y sabiduría. Su objetivo era que los deseosos de aprender aceptaran sus enseñanzas y pudieran progresar, llevando una vida más acorde con la ley.
Quedáis, pues, invitados a leer este libro con benevolencia y atención, así como a ser indulgentes allí donde os parezca que, a pesar de nuestros denodados esfuerzos de interpretación, no hemos acertado en la traducción de algunas expresiones. Es evidente que las cosas dichas en hebreo no tienen la misma fuerza cuando se traducen a otra lengua. Esto sucede no solo en este libro, también con la Ley, los Profetas y los otros Escritos, que presentan notables diferencias respecto a sus originales.
El año treinta y ocho del rey Evergetes [al parecer 132 a.C.] llegué a Egipto, donde fijé mi residencia por un tiempo. Durante mi estancia allí encontré un ejemplar de abundante y no despreciable doctrina, y me sentí obligado a emprender la traducción de este libro con empeño y diligencia. Durante este período he dedicado muchas horas de vigilia y trabajo hasta poder terminar y publicar el libro, para uso de aquellos que, viviendo en el extranjero, desean aprender y reformar sus costumbres para vivir conforme a la ley”.

Estamos, pues, ante el primer caso, el más explícito y desarrollado, de lo que es la “lectio divina” de la Escritura. Este escrito es hijo directo y legítimo de la Biblia. Quizás sea esta la razón más consistente por la que el mundo judío no lo ha incluido en el canon de las Escritura, no obstante que el original haya sido escrito en hebreo y lo haya usado la sinagoga de la diáspora que para ella ha sido traducido a la lengua común del griego.
Es, pues, una meditatio divinae Scripturae. La finalidad está patente: adentrar más y más a las jóvenes generaciones en la riqueza sin fondo de la Torá.
Tomamos este libro como guía para ver cómo se hace una “lectio” espiritual de la Escritura. Ello nos indicará que toda lectio en el Espíritu es un enriquecimiento del texto, que se enriquece pro sí mismo.
Es un libro que en la Iglesia leemos todos los años, bien sea en el curso de la Misa con doce perícopas (año I) o bien sea en el curso del Oficio de lectura con una selección más amplia durante tres semanas (año II).


2. Recordamos

Recordamos lo que quedó escrito en la nota: “Una lectura iluminada y amorosa de la Sagrada Escritura”

“… Con todo, el lugar privilegiado es la liturgia en la praxis actual de la Iglesia, todos los actos litúrgicos cuentan con la presencia de la Palabra de Dios; y de modo eminente en la Eucaristía y en el oficio Divino. Entonces la Biblia pasa a ser “materia” sacramental. Cristo está presente cuando “se proclaman” y también cuando “se explican” las Escrituras.
Partiendo de esta convicción hemos de saber cuáles son los modos según los cuales acerca la Iglesia los libros sagrados a los cristianos. Podemos hablar de tres círculos o de tres niveles, que suponen distinto grado de conocimiento de la Escritura.
Primer nivel: Qué textos escoge la Iglesia de entre todos los capítulos de la Biblia para los cristianos acuden a misa todos los días y días festivos.
Segundo nivel: Si, además de los domingos, un fiel cristiano, una cristiana, participa todos los días en la celebración de la misa. El círculo se ensancha enormemente.
Tercer nivel: Si, además de ello, un cristiano, una cristiana, reza a diario la Liturgia de las Horas, un derecho que se le da en el bautismo como hijo de Dios, se ensanchan más y más el espacio otorgado a los textos sagrados”.

3. Un ejemplo: La lectura del libro del Eclesiástico o Libro del Ben

Primer nivel: Los que participan fielmente en el culto dominical

En el Leccionario dominical:
- Fiestas:
  • La Sagrada Familia: 1ª lectura Eclo 3,1-16 (Los padres y los  hijos)
  • 2º Domingo después de Navidad: 1ª lectura 24,1-4.8-14 (Elogio de la sabiduría, que preanucnia a Cristo, Sabiduría Encarnada)

Ciclo A
o   Eclo 15,16-21: No mandó pecar al hombre  (Domingo VI), En conexión con el Evangelio de este domingo: Mt 5,17-37 (Se dijo a los antiguos…, pero yo os digo)
o   Eclo 27,30-28,7: Perdona los pecados a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas (Domingo XXIV): En conexión con el Evangelio de este domingo  Mt 18,21-35  (No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces sieta)

Ciclo C
  • Eclo 27,4-7: No alabes a nadie antes de que razone (Domingo VIII)  en conexión con el Evangelio de este domingo: Lc 6,39-45 (Lo que rebosa del corazón lo habla la boca)
  • Eclo 3,19-21. 30-31: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios (Domingo XXII) en conexión con el Evangelio de este domingo: Lc 14,7-14  (Todo el que se enaltace será humillado, y el que se humilla será enaltecido).
  • Eclo 35,12-14.16-18: Los gritos del pobre atraviesan los cielos (Domingo XXX) en conexión con el Evangelio de este domingo: Lc 18,9-14 (El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo, no).

Segundo nivel: Los que además participan todos los días en la Misa

Doce textos en el Leccionario de la Misa Tiempo ordinario, año I

Semana VII
1)    Lunes: Antes que todo fue creada la sabiduría: 1,1-10
2)    Martes: Prepárate para las pruebas: 2,1-13
3)    Miércoles: Dios ama a los que aman la sabiduría: 4,12-22
4)    Jueves. No tardes en volverte al Señor: 5,1-10
5)    Viernes: Un amigo fiel no tiene precio: 6,5-17
6)    Sábado: Dios hizo al hombre a su imagen: 17,1-13

Semana VIII
7)    Lunes: Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia: 17,20-28
8)    Martes: El que guarda los mandamientos ofrece un sacrificio de acción de gracias: 35,1-15
9)    Miércoles: Que sepan las naciones que no hay Dios fuera de ti: 36,1-2a. 5-6. 13-19
10)                      Jueves: La gloria del Señor se muestra a todas sus obras: 42,15.26
11)                      Viernes: Nuestros antepasados fueron hombres de bien, vive su fama por generaciones: 44,1.9-19

En el ciclo ordinario, Año II
47,2-11: poema en torno a David (Semana IV, viernes)
48,1-14: poema en torno a Elías y Eliseo (Semana XI, jueves)


Tercer nivel: Los que además rezan diariamente el Oficio de lectura´

Aquí tenemos una “lectio” semicontinua del Libro del Eclesiástico en tres semanas

Semana XXVII (año II), del domingo a sábado
1,1-25: El misterio de la divina sabiduría
2,1-23: Paciencia en la tentación
3,1-18: Deberes de los hijos para con sus padres
3,19-4,11: Humildad y soberbia
5,1-6,4: La recompensa divina
6,5-37: La amistad. El aprendizaje de la sabiduría
7,24-40: Deberes para con los hijos, los padres, los sacerdotes, los pobres

Semana XXVIII (año II), del domingo a sábado
10,6-22: Contra la soberbia
11,12-28: Pongamos solo en Dios nuestra confianza
14,22-15,10. Felicidad del hombre sabio
15,11-22: Libertad del hombre
16,24-17,12: El hombre, cumbre de la creación
17,13-31: Exhortación a los conversos
24,1-33: la Sabiduría en la creación y en la historia de Israel

Semana XXIX (año II), del domingo a sábado
26,1-4. 12-23: la mujer buena y la mujer malvada
27,25-28,9: Contra la ira y la venganza
29,1-16; 31,1-4: Préstamos, limosna y riqueza
35,1-21: Sinceridad en el culto a Dios
38,25-39,15: Los oficios manuales y la meditación de la sabiduría
42,15-26.; 43,31-37: Toda la creación canta la gloria de Dios
51,1-17: Himno de acción de gracias

Guadalajara, Santa Teresa de Jesús 2014.

lunes, 13 de octubre de 2014

9. Cristología de la Palabra

Nota 9



Cristología de la Palabra

Primera referencia: El cosmos
Segunda referencia: El hombre
Tercera referencia: Cristo
Cuarta referencia: La escatología
Quinta referencia: La Iglesia
Sexta referencia: El Espíritu
Séptima referencia: El Padre (retorno)

Tercera referencia: Cristo (nn. 11-13)


I - Texto
Cristología de la Palabra
11. La consideración de la realidad como obra de la santísima Trinidad a través del Verbo divino, nos permite comprender las palabras del autor de la Carta a los Hebreos: «En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo» (1,1-2). Es muy hermoso ver cómo todo el Antiguo Testamento se nos presenta ya como historia en la que Dios comunica su Palabra. En efecto, «hizo primero una alianza con Abrahán (cf. Gn 15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo, Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones (cf. Sal 21,28-29; 95,1-3; Is 2,1-4; Jr 3,17)».[32]
Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la encarnación del Verbo. La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[33] La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Jn1,14a). Esta expresión no se refiere a una figura retórica sino a una experiencia viva. La narra san Juan, testigo ocular: «Y hemos contemplado su gloria; gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14b). La fe apostólica testifica que la Palabra eterna se hizo Uno de nosotros. La Palabra divina se expresa verdaderamente con palabras humanas.
12. La tradición patrística y medieval, al contemplar esta «Cristología de la Palabra», ha utilizado una expresión sugestiva: el Verbo se ha abreviado:[34] «Los Padres de la Iglesia, en su traducción griega del antiguo Testamento, usaron unas palabras del profeta Isaías que también cita Pablo para mostrar cómo los nuevos caminos de Dios fueron preanunciados ya en el Antiguo Testamento. Allí se leía: “Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado” (Is 10,23; Rm 9,28)... El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance».[35] Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret.[36]
Siguiendo la narración de los Evangelios, vemos cómo la misma humanidad de Jesús se manifiesta con toda su singularidad precisamente en relación con la Palabra de Dios. Él, en efecto, en su perfecta humanidad, realiza la voluntad del Padre en cada momento; Jesús escucha su voz y la obedece con todo su ser; él conoce al Padre y cumple su palabra (cf. Jn 8,55); nos cuenta las cosas del Padre (cf. Jn 12,50); «les he comunicado las palabras que tú me diste» (Jn17,8). Por tanto, Jesús se manifiesta como el Logos divino que se da a nosotros, pero también como el nuevo Adán, el hombre verdadero, que cumple en cada momento no su propia voluntad sino la del Padre. Él «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). De modo perfecto escucha, cumple en sí mismo y nos comunica la Palabra divina (cf. Lc 5,1).
La misión de Jesús se cumple finalmente en el misterio pascual: aquí nos encontramos ante el «Mensaje de la cruz» (1 Co 1,18). El Verbo enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí. Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estas palabras: «La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida».[37] Aquí se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf.  Jn 15,13).
En este gran misterio, Jesús se manifiesta como la Palabra de la Nueva y Eterna Alianza: la libertad de Dios y la libertad del hombre se encuentran definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble, válido para siempre. Jesús mismo, en la última cena, en la institución de la Eucaristía, había hablado de «Nueva y Eterna Alianza», establecida con el derramamiento de su sangre (cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc22,20), mostrándose como el verdadero Cordero inmolado, en el que se cumple la definitiva liberación de la esclavitud.[38]
Este silencio de la Palabra se manifiesta en su sentido auténtico y definitivo en el misterio luminoso de la resurrección. Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas las cosas; él es el Vencedor, el Pantocrátor, y ha recapitulado en sí para siempre todas las cosas (cf. Ef 1,10). Cristo, por tanto, es «la luz del mundo» (Jn8,12), la luz que «brilla en la tiniebla» (Jn1,54) y que la tiniebla no ha derrotado (cf. Jn 1,5). Aquí se comprende plenamente el sentido del Salmo 119: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (v. 105); la Palabra que resucita es esta luz definitiva en nuestro camino. Los cristianos han sido conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz.
13. Llegados, por decirlo así, al corazón de la «Cristología de la Palabra», es importante subrayar la unidad del designio divino en el Verbo encarnado. Por eso, el Nuevo Testamento, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, nos presenta el misterio pascual como su más íntimo cumplimiento. San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, afirma que Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (15,3), y que resucitó al tercer día «según las Escrituras» (1 Co 15,4). Con esto, el Apóstol pone el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor en relación con la historia de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo. Es más, nos permite entender que esta historia recibe de ello su lógica y su verdadero sentido. En el misterio pascual se cumplen «las palabras de la Escritura, o sea, esta muerte realizada “según las Escrituras” es un acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo “carne”, “historia” humana».[39] También la resurrección de Jesús tiene lugar «al tercer día según las Escrituras»: ya que, según la interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura se cumple en Jesús que resucita antes de que comience la corrupción. En este sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los Apóstoles (cf. 1 Co 15,3), subraya que la victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de Dios. Esta fuerza divina da esperanza y gozo: es éste en definitiva el contenido liberador de la revelación pascual. En la Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila las fuerzas destructoras del mal y de la muerte.
Teniendo presente estos elementos esenciales de nuestra fe, podemos contemplar así la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación, y de toda la historia de la salvación. Por recurrir a una imagen, podemos comparar el cosmos a un «libro» –así decía Galileo Galilei– y considerarlo «como la obra de un Autor que se expresa mediante la “sinfonía” de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llamaría un “solo”, un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la ópera. Este “solo” es Jesús... El Hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el Creador, la carne y el Espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el Autor y su obra».[40]
II - Claves de profundización (desmenuzar el texto): temas a analizar en el párrafo

1.     Cristología trinitaria
2.     Condescendencia (syn-katábasis) de la Encarnación:
- la Palabra es discurso
- la Palabra es historia
- la Palabra es persona.
* En consecuencia, la acogida de la Palabra es “encuentro”
3.     Resultado de la Encarnación: Verbum abreviatum: Cristo, Palabra abreviada
4.     Silencio de la Palabra
- La Palabra encarnada crucificada
5.     La Palabra cumplida (resurrección)
- “íntimo cumplimiento”
- la resurrección, “logos” de la Palabra (lógica y sentido de la Palabra)
6.     Conclusión: sinfonía de la Palabra:
- “la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación”,  (el “libro de la creación, Galileo Galilei)
- “y de toda la historia de la salvación”
3 – Reflexión sobre el texto
Las grandes líneas del Tratado de la Palabra
A medida que avanza la reflexión se va perfilando un tratado espiritual de la Palabra, que desde el secreto de Dios se va manifestando paulatinamente desplegando una “historia de amor”. Marquemos ya estos pasos.

1. Al principio ya existía la Palabra. Cuando san Juan abre así el Evangelio, en clara referencia al primer versículo de la Biblia (En el principio creó Dios el cielo y la tierra), esta Palabra no es la Segunda Persona de la Trinidad, sino Jesús de Nazaret, el Verbo de la vida que palparon nuestras manos. El hogar trinitario no es una referencia  ajena a la existencia de Jesús-Hijo, sino que Jesús-Hijo era en la Trinidad. Una Teología de la Palabra es
- una teología trinitaria,
- una teología contemplativa, abierta al asombro infinito
- para ser vista como una teología comprometida porque la Encarnación es ingerente a la Palabra.

2. La Palabra se hizo creación, o “en la creación estaba la Palabra” (Jesús de Nazaret). El mundo-cosmos es el primer Evangelio de la Palabra, el primer anuncio que Dios emite para cuando llegue el Hombre.

3. La Palabra se hizo historia. Y así la “historia salutis”, esto es, la historia del amor de Dios, es la segunda proyección de la Palabra. No diremos que la Palabra se hizo pecado, aunque san Pablo hasta eso se atreve a decir (a quien no conoció pecado Dios lo hizo pecado); sí, en cambio, que en el pecado también estaba la palabra, porque en el pecado estaba la misericordia.
Si Dios se manifiesta (la revelación), Dios se revelada en cuanto historia: al obrar se manifiesta. Y dentro de esta historia
- La Palabra se hizo Torá (libro de Baruc).
     - La Palabra se hizo Alianza.
     - La Palabra se hizo promesa.
     - La Palabra se anunció como nueva Alianza
- La Palabra se hizo Profecía.
- La Palabra se hizo oración (Salmos).
- La Palabra se hizo Sabiduría.

4. La Palabra se hizo carne. Y aquí el centro de la Palabra Y hemos contemplado de múltiples formas la gloria de la Palabra Encarnada.
- La Palabra se hizo anuncio-Evangelio.
- La Palabra se hizo Reino irrumpiente de Dios.
- La Palabra se hizo sanación y milagro.
- La Palabra se hizo silencio en la Cruz.
. La Palabra se hizo resurrección, quicio del mundo nuevo.

5. La Palabra se hizo Iglesia por el Espíritu del Resucitado. Y ya dentro de la Iglesia
- La Palabra se hizo Eucaristía, y en la Eucaristía está todo el bien de la Iglesia.
- La Palabra se hizo misión, avanzando en el mundo.
- La Palabra se hizo Tradición.
- La Palabra se hizo Escritura.

6. Y, al final, la Palabra será retorno: Parusía. Y entonces, cuando Cristo diga la palabra final sobre la historia y entregue todo al Padre, y Dios sea todo en todo.


Un ejercicio comparativo: IV Plegaria Eucarística

Este Itinerario contemplativo de la Palabra, como resumen de toda la acción “ad extra” de la Trinidad nos lleva, pro asociación, a ese recorrido de la historia de la salvación que, con lenguaje litúrgico-aclamatorio, nos presenta la IV Plegaria Eucarística.
Para nuestro deleite espiritual podemos hacer un repaso.



Un himno navideño sobre este texto de "Cristología de la Palabra"

NAVIDAD 2014
Verbum Domini, 11-13
Cristología de la Palabra

1. Jesús, el Verbo, se hizo carne mía,
entrando de mí mismo en lo más mío,
y en él me encuentro cuando vivo y amo,
y en mí palpita cuando yo respiro.

2. Jesús, el hijo hermoso de María,
que en un pesebre dio el primer vagido,
y que aprendió a ser hombre entre los hombres
tomando la lección desde el principio.

3. El Verbo que era en Dios y era en el cosmos,
historia y Escritura en un tejido,
hendió su propio ser y se hizo humano,
humano Dios y el hombre ser divino.

4. Murió cual hombre Dios en cruz clavado,
surgió cual Dios de vida y poderío,
y en mí se aposentó eternamente
más íntimo y más hondo que yo mismo.

5. Jesús, Alfa y Omega junto al Padre,
Jesús presente, diálogo escondido.
Jesús, mi Dios, Palabra terminada.
Jesús, felicidad en la que existo.

6.  Jesús, de Dios nacido en el Espíritu,
mi buen Jesús, mi meta y mi camino,
Encarnación y vida derramada,
en ti yo me abandono, en ti confío. Amén.

Zapopan-Guadalajara, 12 octubre 2014