lunes, 13 de octubre de 2014

9. Cristología de la Palabra

Nota 9



Cristología de la Palabra

Primera referencia: El cosmos
Segunda referencia: El hombre
Tercera referencia: Cristo
Cuarta referencia: La escatología
Quinta referencia: La Iglesia
Sexta referencia: El Espíritu
Séptima referencia: El Padre (retorno)

Tercera referencia: Cristo (nn. 11-13)


I - Texto
Cristología de la Palabra
11. La consideración de la realidad como obra de la santísima Trinidad a través del Verbo divino, nos permite comprender las palabras del autor de la Carta a los Hebreos: «En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo» (1,1-2). Es muy hermoso ver cómo todo el Antiguo Testamento se nos presenta ya como historia en la que Dios comunica su Palabra. En efecto, «hizo primero una alianza con Abrahán (cf. Gn 15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo, Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones (cf. Sal 21,28-29; 95,1-3; Is 2,1-4; Jr 3,17)».[32]
Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la encarnación del Verbo. La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[33] La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Jn1,14a). Esta expresión no se refiere a una figura retórica sino a una experiencia viva. La narra san Juan, testigo ocular: «Y hemos contemplado su gloria; gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14b). La fe apostólica testifica que la Palabra eterna se hizo Uno de nosotros. La Palabra divina se expresa verdaderamente con palabras humanas.
12. La tradición patrística y medieval, al contemplar esta «Cristología de la Palabra», ha utilizado una expresión sugestiva: el Verbo se ha abreviado:[34] «Los Padres de la Iglesia, en su traducción griega del antiguo Testamento, usaron unas palabras del profeta Isaías que también cita Pablo para mostrar cómo los nuevos caminos de Dios fueron preanunciados ya en el Antiguo Testamento. Allí se leía: “Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado” (Is 10,23; Rm 9,28)... El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance».[35] Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret.[36]
Siguiendo la narración de los Evangelios, vemos cómo la misma humanidad de Jesús se manifiesta con toda su singularidad precisamente en relación con la Palabra de Dios. Él, en efecto, en su perfecta humanidad, realiza la voluntad del Padre en cada momento; Jesús escucha su voz y la obedece con todo su ser; él conoce al Padre y cumple su palabra (cf. Jn 8,55); nos cuenta las cosas del Padre (cf. Jn 12,50); «les he comunicado las palabras que tú me diste» (Jn17,8). Por tanto, Jesús se manifiesta como el Logos divino que se da a nosotros, pero también como el nuevo Adán, el hombre verdadero, que cumple en cada momento no su propia voluntad sino la del Padre. Él «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). De modo perfecto escucha, cumple en sí mismo y nos comunica la Palabra divina (cf. Lc 5,1).
La misión de Jesús se cumple finalmente en el misterio pascual: aquí nos encontramos ante el «Mensaje de la cruz» (1 Co 1,18). El Verbo enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí. Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estas palabras: «La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida».[37] Aquí se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf.  Jn 15,13).
En este gran misterio, Jesús se manifiesta como la Palabra de la Nueva y Eterna Alianza: la libertad de Dios y la libertad del hombre se encuentran definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble, válido para siempre. Jesús mismo, en la última cena, en la institución de la Eucaristía, había hablado de «Nueva y Eterna Alianza», establecida con el derramamiento de su sangre (cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc22,20), mostrándose como el verdadero Cordero inmolado, en el que se cumple la definitiva liberación de la esclavitud.[38]
Este silencio de la Palabra se manifiesta en su sentido auténtico y definitivo en el misterio luminoso de la resurrección. Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas las cosas; él es el Vencedor, el Pantocrátor, y ha recapitulado en sí para siempre todas las cosas (cf. Ef 1,10). Cristo, por tanto, es «la luz del mundo» (Jn8,12), la luz que «brilla en la tiniebla» (Jn1,54) y que la tiniebla no ha derrotado (cf. Jn 1,5). Aquí se comprende plenamente el sentido del Salmo 119: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (v. 105); la Palabra que resucita es esta luz definitiva en nuestro camino. Los cristianos han sido conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz.
13. Llegados, por decirlo así, al corazón de la «Cristología de la Palabra», es importante subrayar la unidad del designio divino en el Verbo encarnado. Por eso, el Nuevo Testamento, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, nos presenta el misterio pascual como su más íntimo cumplimiento. San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, afirma que Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (15,3), y que resucitó al tercer día «según las Escrituras» (1 Co 15,4). Con esto, el Apóstol pone el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor en relación con la historia de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo. Es más, nos permite entender que esta historia recibe de ello su lógica y su verdadero sentido. En el misterio pascual se cumplen «las palabras de la Escritura, o sea, esta muerte realizada “según las Escrituras” es un acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo “carne”, “historia” humana».[39] También la resurrección de Jesús tiene lugar «al tercer día según las Escrituras»: ya que, según la interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura se cumple en Jesús que resucita antes de que comience la corrupción. En este sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los Apóstoles (cf. 1 Co 15,3), subraya que la victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de Dios. Esta fuerza divina da esperanza y gozo: es éste en definitiva el contenido liberador de la revelación pascual. En la Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila las fuerzas destructoras del mal y de la muerte.
Teniendo presente estos elementos esenciales de nuestra fe, podemos contemplar así la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación, y de toda la historia de la salvación. Por recurrir a una imagen, podemos comparar el cosmos a un «libro» –así decía Galileo Galilei– y considerarlo «como la obra de un Autor que se expresa mediante la “sinfonía” de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llamaría un “solo”, un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la ópera. Este “solo” es Jesús... El Hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el Creador, la carne y el Espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el Autor y su obra».[40]
II - Claves de profundización (desmenuzar el texto): temas a analizar en el párrafo

1.     Cristología trinitaria
2.     Condescendencia (syn-katábasis) de la Encarnación:
- la Palabra es discurso
- la Palabra es historia
- la Palabra es persona.
* En consecuencia, la acogida de la Palabra es “encuentro”
3.     Resultado de la Encarnación: Verbum abreviatum: Cristo, Palabra abreviada
4.     Silencio de la Palabra
- La Palabra encarnada crucificada
5.     La Palabra cumplida (resurrección)
- “íntimo cumplimiento”
- la resurrección, “logos” de la Palabra (lógica y sentido de la Palabra)
6.     Conclusión: sinfonía de la Palabra:
- “la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación”,  (el “libro de la creación, Galileo Galilei)
- “y de toda la historia de la salvación”
3 – Reflexión sobre el texto
Las grandes líneas del Tratado de la Palabra
A medida que avanza la reflexión se va perfilando un tratado espiritual de la Palabra, que desde el secreto de Dios se va manifestando paulatinamente desplegando una “historia de amor”. Marquemos ya estos pasos.

1. Al principio ya existía la Palabra. Cuando san Juan abre así el Evangelio, en clara referencia al primer versículo de la Biblia (En el principio creó Dios el cielo y la tierra), esta Palabra no es la Segunda Persona de la Trinidad, sino Jesús de Nazaret, el Verbo de la vida que palparon nuestras manos. El hogar trinitario no es una referencia  ajena a la existencia de Jesús-Hijo, sino que Jesús-Hijo era en la Trinidad. Una Teología de la Palabra es
- una teología trinitaria,
- una teología contemplativa, abierta al asombro infinito
- para ser vista como una teología comprometida porque la Encarnación es ingerente a la Palabra.

2. La Palabra se hizo creación, o “en la creación estaba la Palabra” (Jesús de Nazaret). El mundo-cosmos es el primer Evangelio de la Palabra, el primer anuncio que Dios emite para cuando llegue el Hombre.

3. La Palabra se hizo historia. Y así la “historia salutis”, esto es, la historia del amor de Dios, es la segunda proyección de la Palabra. No diremos que la Palabra se hizo pecado, aunque san Pablo hasta eso se atreve a decir (a quien no conoció pecado Dios lo hizo pecado); sí, en cambio, que en el pecado también estaba la palabra, porque en el pecado estaba la misericordia.
Si Dios se manifiesta (la revelación), Dios se revelada en cuanto historia: al obrar se manifiesta. Y dentro de esta historia
- La Palabra se hizo Torá (libro de Baruc).
     - La Palabra se hizo Alianza.
     - La Palabra se hizo promesa.
     - La Palabra se anunció como nueva Alianza
- La Palabra se hizo Profecía.
- La Palabra se hizo oración (Salmos).
- La Palabra se hizo Sabiduría.

4. La Palabra se hizo carne. Y aquí el centro de la Palabra Y hemos contemplado de múltiples formas la gloria de la Palabra Encarnada.
- La Palabra se hizo anuncio-Evangelio.
- La Palabra se hizo Reino irrumpiente de Dios.
- La Palabra se hizo sanación y milagro.
- La Palabra se hizo silencio en la Cruz.
. La Palabra se hizo resurrección, quicio del mundo nuevo.

5. La Palabra se hizo Iglesia por el Espíritu del Resucitado. Y ya dentro de la Iglesia
- La Palabra se hizo Eucaristía, y en la Eucaristía está todo el bien de la Iglesia.
- La Palabra se hizo misión, avanzando en el mundo.
- La Palabra se hizo Tradición.
- La Palabra se hizo Escritura.

6. Y, al final, la Palabra será retorno: Parusía. Y entonces, cuando Cristo diga la palabra final sobre la historia y entregue todo al Padre, y Dios sea todo en todo.


Un ejercicio comparativo: IV Plegaria Eucarística

Este Itinerario contemplativo de la Palabra, como resumen de toda la acción “ad extra” de la Trinidad nos lleva, pro asociación, a ese recorrido de la historia de la salvación que, con lenguaje litúrgico-aclamatorio, nos presenta la IV Plegaria Eucarística.
Para nuestro deleite espiritual podemos hacer un repaso.



Un himno navideño sobre este texto de "Cristología de la Palabra"

NAVIDAD 2014
Verbum Domini, 11-13
Cristología de la Palabra

1. Jesús, el Verbo, se hizo carne mía,
entrando de mí mismo en lo más mío,
y en él me encuentro cuando vivo y amo,
y en mí palpita cuando yo respiro.

2. Jesús, el hijo hermoso de María,
que en un pesebre dio el primer vagido,
y que aprendió a ser hombre entre los hombres
tomando la lección desde el principio.

3. El Verbo que era en Dios y era en el cosmos,
historia y Escritura en un tejido,
hendió su propio ser y se hizo humano,
humano Dios y el hombre ser divino.

4. Murió cual hombre Dios en cruz clavado,
surgió cual Dios de vida y poderío,
y en mí se aposentó eternamente
más íntimo y más hondo que yo mismo.

5. Jesús, Alfa y Omega junto al Padre,
Jesús presente, diálogo escondido.
Jesús, mi Dios, Palabra terminada.
Jesús, felicidad en la que existo.

6.  Jesús, de Dios nacido en el Espíritu,
mi buen Jesús, mi meta y mi camino,
Encarnación y vida derramada,
en ti yo me abandono, en ti confío. Amén.

Zapopan-Guadalajara, 12 octubre 2014
 




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